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Polonia y Ucrania

 

 


 

Polonia y Ucrania comparten una historia complicada en la que cada una de las partes ‎ha perpetrado masacres contra la otra. Pero hace 8 años que esos dos países parecen ‎actuar juntos contra Rusia. Después de haber creído que podría anexar algún territorio ‎ruso si Rusia perdía la guerra, el gobierno de Varsovia ahora se ve entusiasmado ante ‎la posibilidad de anexar una parte de Ucrania. El presidente polaco Andrzej Duda ‎parece haber obtenido ciertas garantías del presidente ucraniano Volodimir Zelenski. ‎A cambio de la ayuda militar de Varsovia contra los rusos, Polonia podría anexar la ‎región de Galitzia, que hoy es parte de Ucrania. ‎

 

Todo el mundo sabe que no hay montañas entre los Cárpatos y el Ural. El este de Europa es una ‎vasta planicie por donde han pasado numerosos pueblos, que a veces se han instalado allí ‎sin que el relieve permitiese delimitar las fronteras de sus territorios. Polonia, Moldavia, ‎Ucrania, Bielorrusia, los países bálticos y la parte europea de Rusia son corredores de paso cuya ‎historia se caracteriza por los flujos de poblaciones. Muchos de esos Estados son contiguos a ‎un mar o a alguna montaña. Sólo Ucrania y Bielorrusia no tienen fronteras naturales. ‎

Al final de la Primera Guerra Mundial, la Conferencia de Paz de Versalles trató infructuosamente ‎de establecer fronteras en el este de Europa. Pero, en dependencia del criterio que se utilizara –‎histórico, lingüístico, étnico o económico–, el trazado de los mapas resultaba diferente. Además, ‎los intereses de los vencedores (Estados Unidos, Francia y Reino Unido) eran contradictorios ‎entre sí, de manera que las decisiones que se adoptaron satisfacían sólo a la mitad de ‎los actores. Aún hoy, por muchas vueltas que le demos al asunto, las fronteras de Bielorrusia y ‎de Ucrania son y seguirán siendo artificiales. Esta es una situación muy particular y difícil de ‎entender para los pueblos que tienen una larga historia nacional. ‎

Habiendo comprobado lo anterior, hay que admitir que Bielorrusia y Ucrania no pueden ser ‎‎“naciones” en el sentido que habitualmente damos a esa palabra… lo cual no quiere decir que no ‎puedan ser Estados. Pero el «nacionalismo ucraniano» es una ideología artificial que sólo puede ‎sostenerse rechazando a otros pueblos. Eso es lo que hicieron los banderistas durante el ‎periodo transcurrido entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial. Eso es lo que hoy hacen ‎nuevamente al predicar el odio contra los «moscovitas» y contra la «Gran Rusia». Esa forma ‎de «nacionalismo» es forzosamente destructiva. ‎

El ejemplo de Bielorrusia demuestra que es posible seguir otro camino. ‎

Polonia, que durante el siglo XIX llegó a desaparecer completamente, resurgió como país a raíz ‎de la derrota del Imperio Austrohúngaro y de la Revolución Rusa. Sin embargo, si bien en la ‎Conferencia de Versalles no fue difícil delimitar su frontera occidental, Polonia nunca supo dónde ‎situar su frontera oriental. Así que la Segunda República Polaca trató de expandirse haciéndole ‎la guerra a Ucrania y logró anexar toda la región conocida como Galitzia. Hoy Cracovia sigue ‎perteneciendo a Polonia pero Lviv (Leópolis) ahora pertenece a Ucrania. En realidad, no existen ‎razones evidentes que justifiquen esa división, sólo el resultado de los conflictos armados. ‎

Cuando el presidente ucraniano Volodimir Zelenski afirma que el Donbass y Crimea «son ‎ucranianos», sólo está refiriéndose a un determinado momento de la repartición territorial, pero ‎no puede justificar su afirmación. ‎

En 1792, el Imperio Ruso conquistó Crimea, arrebatándosela al Imperio Otomano, y con el control ‎de la península conquistó el acceso de la flota rusa a los estrechos de los Dardanelos y del ‎Bósforo. Catalina II de Rusia (Catalina la Grande) aspiraba a extender su influencia hacia ‎los mares del sur. Pero los británicos, preocupados al ver como los rusos llegaban al Mediterráneo y rivalizaban con su hegemonía naval, organizaron una coalición con Francia y con ‎el Imperio Otomano. Así lograron vencer al ejército ruso… pero no pudieron recuperar Crimea. ‎

En 1917, la Unión Soviética conservó Crimea. Y fue precisamente allí, en Sebastopol, donde ‎se libró la batalla decisiva de la «Gran Guerra Patria» –lo que se conoce en Occidente como la ‎‎«Segunda Guerra Mundial»–, la batalla que marcó el inicio del fin del IIII Reich.

En 1954, el Primer Secretario del Partido Comunista de la Unión Soviética, ‎el ucraniano Nikita Jrushchov, decidió simultáneamente amnistiar a los banderistas –quienes ‎habían colaborado con la ocupación nazi– y poner la península de Crimea bajo el control ‎administrativo de la República Socialista Soviética de Ucrania. Jrushchov quería dejar atrás ‎definitivamente los crímenes que los banderistas habían perpetrado durante la Segunda Guerra ‎Mundial –como colaboradores de la ocupación nazi– y los crímenes que los mismos banderistas ‎habían cometido después –como colaboradores de la CIA–, al inicio de la guerra fría.

Con el derrumbe de la URSS, la población de la península de Crimea se declaró independiente, ‎mediante un referéndum popular, el 12 de febrero de 1991, y adoptó la denominación de ‎República Socialista Soviética Autónoma de Crimea. No fue hasta 9 meses después, el 1º de ‎diciembre de 1991, que el resto de Ucrania confirmó su propia independencia. Pero el entonces ‎presidente de Rusia, Boris Yeltsin, se negó a aceptar el regreso de Crimea a la Federación Rusa. ‎Crimea decidió entonces volver a ser parte de Ucrania, el 26 de febrero de 1992.

Cuando el presidente ucraniano democráticamente electo, Viktor Yanukovich, fue derrocado por ‎una «revolución de color» orquestada por Estados Unidos, el nuevo régimen instaurado en Kiev ‎incluyó una docena de banderistas [1]. Debido ‎a ello, la población de Crimea rechazó verse gobernada por un régimen político racista y decidió, ‎mediante un nuevo referéndum popular, recuperar su independencia y solicitar su reintegración a ‎la Federación Rusa.

Ahora, a raíz de la instalación de bases militares rusas en Siria, en Londres ven la presencia rusa ‎en Crimea como el regreso de un rival capaz de poner en peligro la hegemonía marítima ‎británica. ‎

Después de haber conquistado Crimea, Catalina la Grande envió su flota a Beirut y a Latakia. ‎También instaló al sur de Ucrania una vasta colonia de pobladores rusos –la Novorossia o ‎‎«Nueva Rusia». Ese territorio abarcaba el Donbass, Mikolayiv, Kirovogrado (hoy Kropyvnytskyi), ‎Gerson, Odesa, la Gaguzia (hoy en la actual Moldavia) y la Transnistria (la actual República ‎Moldava Pridnestrviana o República Moldava del Dniestr). Pavel Gubarev, quien era gobernador de ‎Donetsk en 2014, también se opuso al nuevo régimen instaurado en Kiev por el golpe ‎de Estado… o por la «revolución», según el punto de vista de quien califique aquel ‎derrocamiento de un presidente democráticamente electo. Gubarev propuso entonces la secesión ‎junto a todos los territorios de la «Novorossia» de Catalina la Grande. ‎

Llegados a este punto, es importante subrayar aquí que Pavel Gubarev no era prorruso ‎ni proestadounidense sino proeuropeo. Pero se convirtió en prorruso cuando el régimen de Kiev ‎lo metió en la cárcel. ‎

Cuando el presidente ucraniano Zelenski rechazó la oferta rusa de paz, el presidente ruso Putin ‎le respondió que sus exigencias aumentarían con el paso del tiempo. Ahora, el objetivo ‎estratégico de los ejércitos rusos es liberar la «Novorossia». En casi todas las guerras ‎el vencedor exige compensaciones, a menudo territorios. En este caso, será la Novorossia.‎

Al crear las Naciones Unidas, los vencedores de la Segunda Guerra Mundial esperaban poner fin a ‎las guerras de conquista. Pero reconocían que la guerra puede ser una respuesta legal a ciertos ‎conflictos. Las grandes potencias se abstuvieron de recurrir a la guerra –en Europa– hasta que ‎la OTAN desmembró Yugoslavia en 7 nuevos países.‎
 Kosovo fue convertido en la base militar de Estados Unidos en los Balcanes –un contingente de ‎la OTAN garantiza su seguridad.‎
 Bosnia-Herzegovina sigue siendo una colonia de la Unión Europea –se mantiene bajo la ‎dirección de un Alto Representante internacional.
Esos deplorables ejemplos constituyen un precedente que impide emitir críticas sobre la posible ‎adhesión de una Novorossia a la Federación Rusa. ‎

Polonia, que sigue sin aceptar haber perdido la Galitzia oriental, participó en 2014 en la operación ‎anglosajona de derrocamiento del presidente democráticamente electo en Ucrania. Yo publiqué ‎entonces un artículo donde revelaba que 86 provocadores de la milicia banderista Pravy Sektor ‎‎(Sector Derecho) habían sido entrenados en Polonia, en el centro policial de Legionowo, ‎en septiembre de 2013 [2]. Aquella ‎operación estuvo bajo la supervisión de RadosÅ‚aw Sikorski, primero como ministro de Defensa de ‎Polonia y después como ministro de Exteriores. Sikorski desmintió aquella revelación… pero ‎el fiscal general de Polonia finalmente abrió una investigación sobre aquel asunto. ‎

El apoyo de Polonia a los banderistas en contra del presidente ucraniano era una clara ‎manipulación. Ya en 1934 Stepan Bandera había supervisado, por cuenta de la Gestapo, ‎el asesinato del ministro polaco del Interior, BronisÅ‚aw Pieracki. Y después dirigió numerosas ‎masacres perpetradas contra los polacos durante la Segunda Guerra Mundial. ‎

En junio de 2014, el especialista polaco en seguridad Jerzy Dziewulski y ‎el presidente interino ucraniano Oleksandr Turchynov supervisaban juntos las operaciones ‎contra los rebeldes del Donbass. ‎

Rápidamente resultó que la «revolución de color», el golpe de Estado registrado en Ucrania ‎en 2014, fue orquestada por dos seguidores estadounidenses del filósofo Leo Strauss, los “diplomáticos” Victoria Nuland –hoy número 2 en el Departamento de Estado– y Derek Chollet –‎ahora consejero del secretario de Estado Antony Blinken. Pero de su realización se encargaron ‎varios canadienses y los polacos RadosÅ‚aw Sikorski y Jerzy Dziewulski. Este Ãºltimo es un ‎conocido policía, entrenado en Israel, que luego se convirtió en consejero del presidente de ‎la República y en diputado. Una foto tomada en junio de 2014 incluso mostraba a Dziewulski ‎dirigiendo las fuerzas ucranianas de intervención junto al presidente interino de Ucrania, ‎Oleksandr Turtchynov.‎

En 2022, Polonia ha vuelto a la carga desde el inicio de la operación militar especial rusa. Cuando ‎la OTAN anunciaba una «inminente» derrota rusa, el general polaco Waldemar Skrzypczak ‎exigió que Rusia cediera a los polacos Kaliningrado –que nunca perteneció a Polonia– como compensación por la guerra. ‎

Como luego resultó que Rusia avanzaba y que la derrota es para Ucrania, el presidente polaco ‎Andrzej Duda se plantea ahora recuperar la Galitzia oriental, territorio que Polonia perdió durante ‎la Segunda Guerra Mundial. Inicialmente, el presidente polaco propuso a los ucranianos ‎desplegar una fuerza polaca de paz para “proteger” Galitzia. Después pronunció un discurso ‎garantizando a sus vecinos el apoyo de Polonia contra Rusia. Luego viajó a Kiev, donde ‎pronunció otro discurso ante el parlamento ucraniano. Y finalmente Polonia ha iniciado una ‎‎“cooperación” favorable sólo para sí misma: Varsovia ha desplegado altos funcionarios para ‎administrar la Ucrania que gran parte de los ucranianos han abandonado. Esa cooperación ‎funciona en un solo sentido ya que no hay ningún funcionario ucraniano en Polonia. ‎Simultáneamente, después de haber recibido 2 millones de refugiados ucranianos, ‎las autoridades polacas acaban de anunciar que a partir del 1º de julio Polonia no seguirá ‎aportándoles ayuda monetaria. ‎

El entusiasmo de los banderistas ante la entrega de territorios ucranianos a Polonia a cambio de la ayuda ‎de Varsovia demuestra lo poco que vale el falso «nacionalismo» de esos elementos. ‎

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