En junio del año siguiente, en una reunión de jefes de Estados miembro de la Unión Africana en la capital etíope, el líder burkinés criticó no menos descaradamente a las élites políticas del continente. "Señor presidente, cuántos jefes de Estado están listos para ir a París, Londres o Washington cuando son convocados a una reunión allí, pero no pueden asistir a una reunión aquí en Adís Abeba, en África?", preguntó Sankara.
A esas tendencias se sumaban las relaciones amistosas con los países del bloque socialista que, sin embargo, no convirtieron a Burkina Faso en su satélite. Sankara lo demostró en 1984 condenando ante la ONU la invasión de la URSS en Afganistán. En una entrevista con The New York Times en 1985, la comparó con la ocupación estadounidense de la isla caribeña de Granada, rechazando el dictado de cualquier potencia: "Tenemos miedo de todos estos países que amenazan".
Errores funestos
Talentoso orador y líder carismático, Sankara contaba con el apoyo de la mayoría de la población burkinesa y con una red de organizaciones activistas llamadas Comités de Defensa de la Revolución (CDR) en honor a las células revolucionarias cubanas en las que se inspiraban.
Sin embargo, a lo largo de los cuatro años en el poder, la base social de la revolución burkinesa fue disminuyendo. A ello contribuyeron medidas como la represión del movimiento sindicalista y su sustitución por CDR o el conflicto del Gobierno con parte de los intelectuales socialistas, cuyo representante más notable era Joseph Ki-Zerbo. Entre tanto, el grupo numéricamente pequeño pero influyente de los rivales de Sankara —constituido por altos oficiales y funcionarios, así como la aristocracia tradicional y la clase media— se mantenía latente. A su vez, el sistema político construido por los revolucionarios era de estructura vertical, formado por organizaciones de masas que actuaban como ejecutores y no como generadores de iniciativas.
Como resultado, "hacia 1987 no había nadie que defendiera a Sankara, todos estaban contra él", explica el historiador y africanista Alexéi Tselunov.
"Después de no poder aplastar al sindicalismo más fuerte en esa parte de África, Sankara se quedó totalmente aislado", dijo el experto a RT.
El 15 octubre de 1987, tuvo lugar el golpe de Estado organizado por antiguos socios de Sankara. El presidente fue asesinado en su palacio, junto con varios funcionarios, por 12 oficiales. Blaise Compaoré, el hombre que se puso al frente del país, anunció que la muerte de Sankara fue resultado de un "accidente" e introdujo la política de "rectificación", revirtiendo gradualmente los logros de su predecesor. En unos años, volvió a pedir créditos a las organizaciones financieras internacionales.
Los golpistas pudieron mantenerse en el poder gracias al mimetismo del discurso revolucionario de Sankara y a la falta de iniciativa en las organizaciones de masas. Sin embargo, con el tiempo la imagen del revolucionario se convirtió en un símbolo de la oposición al Gobierno autoritario de Compaoré.
"Para la juventud, Sankara se convirtió en el símbolo de todo lo bueno, sin todo lo malo que indudable tenía lugar", señala Tselunov.
Tras una serie de violentas protestas, esa imagen venció.
"Los revolucionarios son individuos que pueden ser asesinados, pero no se puede asesinar a las ideas", dijo una vez Sankara. La historia mostrará si tenía razón.







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