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¿De verdad estamos ante un “peligro amarillo”?‎

 


El presidente estadounidense Joe Biden desentierra el viejo cuento del «peligro ‎amarillo». China se robaría nuestras patentes, fomentaría la corrupción y destruiría el ‎medioambiente para acabar imponiéndonos por la fuerza su régimen totalitario. ‎Felizmente, Estados Unidos y la OTAN están ahí para proteger la paz y la ‎democracia. Pero ¿cómo explicar la alianza entre Pekín y Moscú? ¿No debería Rusia ‎sentir el mismo temor? No, porque estamos frente a una «alianza de las dictaduras». ‎Cualquiera que recuerde algo de la guerra fría tendría que sentir una inconfundible ‎impresión de déjà vu. ‎



El proyecto chino de las «rutas de la seda» ya es un éxito mundial. A pesar de todas las críticas –‎supuesta corrupción de las élites locales, endeudamiento de las naciones participantes o graves ‎daños al medioambiente–, los países que se han asociado a las «rutas de la seda» ya registran ‎un fuerte crecimiento. ‎

‎¿Cómo es posible no sorprenderse de que los programas de ayuda al desarrollo de las potencias ‎occidentales nunca hayan alcanzado tales resultados desde el inicio de la descolonización? ‎

Y sobre todo, ¿cómo es posible no sorprenderse de que, después de haber cantado loas durante ‎décadas a las ventajas y méritos de los intercambios internacionales para todos, Occidente denuncie ‎hoy ese éxito?‎

Las relaciones entre Occidente y la China del siglo 21 no son una cadena de quid pro-quo sino ‎de repetidas muestras de ignorancia de una sola de las partes. Estados Unidos se niega a entender cómo ‎piensan los chinos y constantemente atribuye a Pekín sus propios defectos. ‎

COMPETIR CON LAS «RUTAS DE LA SEDA»

“El peligro amarillo”, best-seller de los años 1910, afirmaba que rusos ‎y chinos se unirían contra la “civilización cristiana”… pero los rusos son cristianos ortodoxos.

Rompiendo con la política de su predecesor Donald Trump, el presidente estadounidense Joe ‎Biden anunció que Estados Unidos «competiría» con China. Seguidamente convenció al G7 de ‎iniciar la batalla para mantener «el avance de las democracias» sobre el sistema «totalitario» ‎chino. Este es el proyecto «Reconstruir un mundo mejor» (Build Back Better World — B3W). Con la mayor sumisión, la Unión Europea comienza ahora a desplegar su proyecto ‎denominado «Global Gateway» o «Pasarela Mundial». El presidente Biden presidirá mañana un ‎foro global sobre la democracia al que ha invitado a Taiwán –la isla china donde Chiang Kai-shek ‎asentó su dictadura en diciembre de 1949– en un intento de aportar contenido ideológico al ‎enfrentamiento. ‎

En el imaginario occidental, la guerra fría era un enfrentamiento entre la URSS atea y el Occidente ‎creyente, o entre el comunismo y el capitalismo. En realidad se trataba de impedir que un bloque ‎de cultura solidaria llegara a adquirir alguna influencia económica dentro del bloque controlado por los anglosajones… cuya cultura es individualista. Ahora no nos hablarán de defender el derecho a ‎practicar una religión o de defender la libre empresa sino de defender la “democracia”. ‎En definitiva, se sigue tratando de caricaturizar a una potencia capaz de rivalizar con los ‎anglosajones en el plano económico, ayer fue la Unión Soviética, hoy es China. ‎

LA «TRAMPA DE TUCÍDIDES»

Lothrop Stoddard, el periodista estadounidense que creó el término ‎‎“untermench” (subhumanos), adoptado por los nazis, denunciaba la alianza de chinos ‎y japoneses contra el hombre blanco.‎

Los anglosajones definen el actual momento político como «la trampa de Tucídides», referencia al ‎historiador de la Antigüedad que escribió la historia de las guerras del Peloponeso. En 2017, un ‎célebre politólogo estadounidense, el profesor Graham Allison, explicaba que «lo que hizo la ‎guerra inevitable fue el crecimiento del poder ateniense y temor que eso provocaba en Esparta». ‎Idénticamente, el desarrollo de China atemoriza al «Imperio Estadounidense», el cual ‎se prepara para la guerra [1]. Poco importa que ese razonamiento haga ‎caso omiso de las diferencias culturales y que aplique a China un concepto griego. Washington ‎está convencido y “sabe” que Pekín es una amenaza. ‎

Si el profesor Allison no hubiese estado entre los consejeros de Caspar Weinberger en ‎el Pentágono, en los años 1980, y si tuviese un poco más de cultura, habría entendido que ‎los chinos razonan de manera totalmente diferente a los estadounidenses. Habría notado que ‎Pekín se opone a todo proyecto de competencia y que propone, al contrario, acuerdos del tipo ‎llamado win win, o sea en los que todas las partes puedan salir ganando. Y no habría ‎interpretado esa fórmula en el sentido anglosajón, que significa garantizar el éxito de uno ‎sin perjudicar al otro, sino en el sentido chino: hacer que todos ganen. Antiguamente, cuando ‎el emperador tomaba una decisión, sólo podía aplicarla en las provincias si lograba que su decisión las beneficiara a todas. Si alguno de sus decretos no aportaba nada a esta o aquella ‎provincia, se veía obligado a imaginar algo que despertara el interés de esa provincia en su ‎aplicación. El emperador sólo podía mantener su poder demostrando que velaba por el interés ‎de todos.‎

Hoy en día, cada vez que Washington habla de «competir» con Pekín, China responde que ‎no se trata de eso, que ella no acepta ningún tipo de rivalidad, ni de guerra, sino que busca la ‎armonía entre todos mediante relaciones en las cuales todos sean realmente ganadores. ‎

LA «DOBLEZ» CHINA

En los años 1900, el periodista británico Sax Rohmer “revela” el complot del ‎‎“peligro amarillo” en una serie de novelas policiacas alrededor del maléfico Fu Manchu.‎

Podría creerse que los occidentales sienten temor ante el acelerado desarrollo económico ‎de China. El acuerdo que Deng Xiaoping concluyó en su momento con las transnacionales ‎estadounidenses fue beneficioso para las capas de más bajos ingresos de la sociedad china y ‎dio lugar a una oleada de traslados de industrias occidentales hacia China. Hoy las clases medias ‎están desapareciendo en Occidente pero en China crecieron y lo mismo está sucediendo ‎actualmente en casi toda Asia. La Comisión Europea, que hace 20 años se regocijaba ante ese ‎fenómeno, comenzó en 2009 a criticar la organización de la economía china. En realidad, esas ‎críticas ya existían antes, lo que cambió en 2009, es que se convirtieron en parte del trabajo de ‎la Unión Europea, en virtud del Tratado de Lisboa. Según los casos, se habla ahora de robo de ‎patentes, de violación de las normas sobre la protección del medioambiente o simplemente ‎se critica el nacionalismo económico chino. ‎

Pekín asume sin complejos su adquisición de progresos occidentales. Las patentes son una ‎práctica relativamente reciente a nivel mundial. Se inventaron en Europa hace 2 siglos y hasta ‎entonces nadie consideraba que alguien fuese propietario de una invención y se estimaba que cada progreso debía estar a la disposición de todos. Los chinos siguen viéndolo de esa manera. Sin intención ‎alguna de robar, lo que hacen es firmar acuerdos comerciales que incluyen transferencias de ‎tecnología, tecnologías que ellos conservan y posteriormente desarrollan. ‎

Mañana el “peligro amarillo” invadirá Estados Unidos, según este comic de ‎propaganda distribuido entre los soldados estadounidenses.

Los mismos países occidentales que antes trasladaban alegremente a China sus industrias ‎contaminantes, ahora critican que ese país tenga normas menos exigentes que ellos para la ‎protección del medioambiente… pero no por ello tienen intenciones de repatriar sus industrias ‎contaminantes. ‎

Con la reciente COP26 de Glasgow se alcanzó un nivel nunca visto de ignorancia o de mala fe. ‎Las potencias occidentales exigen al resto del mundo que se eliminen las emisiones de carbono ‎de la economía mundial mientras que los chinos quieren luchar contra la polución. El resultado ‎fue que Pekín firmó con Washington una declaración común [2] para mostrar que no quería “ofender” a Estados Unidos. ‎Ese documento asegura que los dos países están en sintonía sobre la cuestión del ‎medioambiente pero sin aclarar absolutamente nada ni adoptar el menor compromiso concreto. ‎Un diplomático chino nunca dice “no”, palabra que ni siquiera existe en su idioma. Desde ‎el punto de vista chino esa declaración es un “no” diplomático mientras que, desde el punto ‎de vista estadounidense, es una demostración de que el mundo entero cree que el calentamiento ‎climático es resultado de la actividad humana. ‎

En cuanto a las acusaciones de nacionalismo económico, los chinos nunca lo han disimulado: son ‎nacionalistas y no han olvidado que fueron víctimas del colonialismo. Aunque recurrieron a ‎mecanismos del capitalismo en el terreno del intercambio internacional, siguen siendo ‎nacionalistas en su producción. ‎

Nunca hubo engaño, ni siquiera el deseo de engañar, de parte de los chinos. Lo que sí existe es la ‎eterna arrogancia de Estados Unidos y de sus aliados al creer que todo el mundo razona ‎como ellos e ignorar las discretas advertencias que Pekín les hacía llegar. ‎

EL «IMPERIALISMO» CHINO

Documento destinado a la formación de los oficiales del Pentágono en ‎los años 1950.‎

El descuido o la muestra de arrogancia más flagrante de parte de Occidente tiene que ver con el desarrollo ‎militar de China. En menos de 10 años, Pekín inició la producción en serie de armas ‎particularmente avanzadas. El Ejército Popular de Liberación, denominación oficial de las fuerzas ‎armadas de la República Popular China, solía ser sobre todo una enorme fuerza de trabajo ‎al servicio de la nación. Pero hoy es una fuerza armada de élite. ‎

En China, el servicio militar es obligatorio para todos, pero sólo los mejores entre los mejores ‎pueden esperar cumplirlo y obtener las ventajas que ello implica. Hace aún algunos años, el valor ‎fundamental de China en el plano militar residía en la enorme cantidad de efectivos que podía ‎movilizar. Hoy la República Popular China dispone de la marina de guerra más poderosa del mundo ‎y es capaz de dejar sordos y ciegos a los ejércitos de la OTAN pulverizando sus satélites. ‎

‎¿Y a qué puede destinar su enorme cantidad de hombres y de armamento? China ha invertido ‎sumas astronómicas en la creación de las «rutas de la seda» más allá de sus fronteras. Ahora ‎tiene que garantizar la seguridad de su personal y de sus inversiones en países lejanos. Además, ‎como en los tiempos de la Antigüedad y en la Edad Media, también tendrá que garantizar ‎permanentemente la seguridad de la circulación a través de esas vías de comunicación. Sus bases ‎militares en el exterior sólo tienen esas dos misiones y Pekín no se plantea rivalizar con ‎Estados Unidos ni invadir el resto del planeta. ‎

Por ejemplo, la base militar china en Yibuti ha permitido garantizar la seguridad del ‎aprovisionamiento marítimo chino ante la amenaza que representaban los piratas somalíes. ‎Por cierto, hay que subrayar que Pekín y Moscú rápidamente lograron alcanzar ese objetivo, allí ‎donde la OTAN había fracasado estrepitosamente [3].‎

Pekín no tiene intenciones de regresar a los tiempos en que tratados injustos hicieron posible que ‎‎8 potencias (Alemania, el Imperio austrohúngaro, Bélgica, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón, ‎Reino Unido y Rusia) ocuparan y saquearan la nación china. Está, por consiguiente, en todo ‎su derecho de armarse a la altura de lo que hoy son esas potencias. Eso no significa que ‎China pretenda actuar como esas potencias sino que está decidida a protegerse de ellas. ‎

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